HOME | ACERCA | NACIONAL | LOCAL | MUNDIAL | DOCUMENTOS | CONTACTOS | ANTERIORES

MUNDIAL

La revolución se hace sumando fuerzas

La revolución se hace sumando fuerzas
Escrito por Carlos Rivera Lugo
Especial para Claridad, Puerto Rico

El líder cubano Fidel Castro Ruz lo sentenció: “La revolución es el arte de sumar fuerzas.” Así lo expresó en el contexto chileno en medio del creciente embiste de la derecha contra el gobierno de la Unidad Popular presidido por Salvador Allende Gossens. El país vivía un tranque que sólo se podía romper si la izquierda tendía la palabra y la mano hacia los todavía no convencidos, los que podrían ser aliados al menos en cuanto al trecho inmediato que debía caminarse.

Fidel no derrotó la dictadura con el Partido Comunista de Cuba, sino con el Movimiento 26 de Julio, aliado al Directorio Universitario y el Partido Socialista Popular, es decir, una agrupación pluriclasista y pluriideológica de fuerzas. De paso, así también era la Unidad Popular de Allende, en la tradición de los Frentes Populares constituidos en torno a un programa político, social y económico mínimo que permitiese establecer un bloque diverso y variado de fuerzas para la definición de una nueva hegemonía política. El Partido Comunista resultó luego de un trabajoso proceso histórico que no hubiese sido posible si no se hacía en cada momento lo que había que hacer para forjar un cambio significativo en la relación de fuerzas. No hay puntos de partida ideales ni puros.

La descolonización plena de Puerto Rico ni siquiera se agota con la independencia, por cuanto el mero hecho de obtener la soberanía política y jurídica, a un nivel estatal, no necesariamente garantiza la soberanía popular y la descolonización efectiva de las relaciones sociales para poner fin a toda situación de explotación del ser humano por otro ser humano. Es decir, aún más allá de la independencia, hay otro gran trecho que andar, que es el de la plena liberación nacional y social, individual y colectiva. Ahora bien, ello no significa que la independencia, como paso histórico previo, no sea necesaria.

Hay una corriente de pensamiento maximalista incrustada en la izquierda en general y el independentismo en particular que le corroe el alma. Cuando Hostos organizó la Liga de los Patriotas para oponerse a la intervención estadounidense en nuestro país, no se le ocurrió hacerlo sólo con los independentistas, sino también con aquellos autonomistas y anexionistas que estaban de acuerdo en la reivindicación del principio de la autodeterminación para nuestro pueblo. Cuando acudió a Wáshington para reclamarle al Presidente McKinley la celebración de un plebiscito, lo hizo acompañado por Julio Henna, un anexionista, (aunque había sido miembro de la Sección de Puerto Rico del Partido Revolucionario Cubano), y Manuel Zeno Gandía, un autonomista. Para una mejor apreciación del pensamiento hostosiano respecto a la necesaria unión de fuerzas anticoloniales que se necesita forjar a partir de 1898, véase el excelente trabajo del compañero Juan Mari Brás, “Vigencia de la propuesta hostosiana un siglo después”, publicada en su libro Abriendo caminos, Editora Causa Común, San Juan, 2001, pp. 363-378. También aparece publicado en Barco de Papel, Revista de la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, Mayagüez, Vol. II, Núm, 2, 1998.

Ya lo advirtió Juan Mari Brás desde 1978: Puerto Rico vive un proceso de reagrupamiento de sus fuerzas ideológicas y políticas tradicionales y quien al final de dicho proceso logre la suma mayor (tanto en calidad como en cantidad) podrá estar en mejores condiciones para darle dirección al futuro. Para ello hay que tender la palabra y la mano hacia aquellos sectores que potencialmente podrían coincidir en dar pasos concretos que nos alejen de la plena integración a Estados Unidos, que supere las indignidades y subordinaciones del presente estatus colonial y nos vayan aproximando a la plena independencia en relación con Estados Unidos. De ahí que Mari Brás no tuviese empacho alguno en dialogar y llegar a acuerdos en aquel momento con el exgobernador Rafael Hernández Colón, ya que entendía, con razón, que ello permitiría un salto cualitativo en el debate de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre la condición colonial de Puerto Rico. Le daría respuesta a la alegación estadounidense de que el debate sólo les interesaba a los independentistas, los cuales eran una ínfima minoría del pueblo puertorriqueño. El propio Departamento de Estado en Wáshington admitió que a partir del debate del 1978 en la ONU, se había visto obligado a cambiar su política hacia el caso de Puerto Rico, pues con la incorporación del autonomismo, y aun del anexionismo a los debates, se había superado el estancamiento de fuerzas. Se destrancó el debate al sumar la casi totalidad del espectro político puertorriqueño al movimiento de inconformidad con el estatus colonial actual. Incluso, el gobierno de Cuba le dio la bienvenida a la existencia de un diálogo históricamente necesario entre independentistas y autonomistas para adelantar la causa de la descolonización de la Isla y aislar las fuerzas más recalcitrantemente asimilistas, tanto en el PPD como en el PNP.

El independentismo por sí solo no podrá redefinir la situación existente de fuerzas. No basta con que creamos que tenemos la razón. Falta algo tal vez más pertinente, políticamente hablando: que además tengamos la fuerza y la pertinencia. De lo contrario nunca pasaremos de ser una minoría ilustrada sin asidero firme entre el pueblo, el único que puede hacer el cambio que queremos. Aquí no hay vanguardias históricas que puedan hacer las cosas por o en lugar del pueblo.

En su última entrevista periodística poco antes de ser asesinado por el FBI, Filiberto Ojeda Ríos advirtió que un grupo pequeño de personas no podía conducir al país hacia la independencia. “Yo creo que tiene que ser que el pueblo pequeño, que ese grupo pequeño, pueda movilizar al pueblo grande para que el pueblo grande reclame la independencia...O sea, un movimiento revolucionario, un partido, una organización, se gane el apoyo del pueblo, el pueblo se moviliza y ese pueblo es el que gana la República, gana la independencia, pero es un pueblo movilizado, quizás, bueno, movilizado por un grupo pequeño, pero el rol del grupo pequeño es movilizar al pueblo. Si no se moviliza al pueblo, no existe la posibilidad de que triunfe, porque sin el pueblo no se puede triunfar”, puntualizó el líder Machetero.

El pueblo nuestro, en la actualidad, está dividido ideológicamente hablando. Y hay que forjar puentes de comunicación, de educación y de acción que partan, no de los niveles máximos de conciencia y compromiso político, sino de niveles mínimos de conciencia y coincidencia política que nos permitan avanzar contra el Imperio y a favor de la afirmación de sus más caros intereses nacionales y sociales. Toda contradicción con el Imperio es un puente que se abre hacia la independencia. La lucha de Vieques fue un elocuente ejemplo de ello. Así también lo fue la amplia condena que cosechó el asesinato de Filiberto Ojeda Ríos. También está la amplitud representada en las intervenciones ante el Comité Especial de Descolonización de la ONU. Por último, asimismo se encuentran las denuncias dirigidas contra la presencia y actividades de las agencias federales en la Isla. Son eslabones de la cadena que se van desatando, que a su vez nos van educando y produciendo nuevos niveles de conciencia.

En fin, tenemos que dejar de pensarnos como tribu, aguerrida y perseguida, que está más allá del pueblo de carne y hueso que habita en la Isla, un pueblo lleno tanto de virtudes como de defectos. Tenemos que construir sobre sus virtudes más allá de sus limitaciones, hacernos pueblo para refundar a este pueblo, a partir de sí mismo pero también más allá de sí, para que se afirme definitivamente como nación y como sociedad liberada de todo tipo de atadura, sean las que impone la colonia o el capital. Y en ese empeño, la patria nueva se forja no sólo con los hoy convencidos sino también con los que aún hay que convencer. Eso incluye a populares como a anexionistas, afiliados y no afiliados, trabajadores y empresarios, pobres y marginados, blancos y negros, heterosexuales y homosexuales, comunistas y cristianos, socialistas y nacionalistas, modernos y postmodernos, ecologistas y feministas, sindicalistas y comunitaristas, hostosianos y pipiolos, guasábaras y titos, lolitas y canceles, rubenes y gallisases, churumbistas y néstores, cerezos y vegas, juanes y juanas, en fin, todos y todas que podamos coincidir en su construcción, sean en aspectos de ésta o en su totalidad, golpe a golpe, paso a paso, pedazo a pedazo, hasta conformar ese bello mosaico de voluntades, singulares y múltiples, que es un pueblo liberado.

Es como la refundación que vive en nuestros días eso que llamamos Nuestra América: se forja con los Fidel y Hugo, los Evo y Marcos, pero también con los Lula y Kirchener. Lo múltiple y plural de sus expresiones, sus fortalezas y contradicciones, no son señales de debilidad sino todo lo contrario: son indicios de su rica humanidad. La liberación, en fin, se construye en común, colectivamente, siendo movimiento englobador del conjunto dinámico de singularidades, comunidades, identidades, experiencias y procesos que integran la nación y la sociedad nuestra.