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NACIONAL

¿Cómo hacer que EE.UU vuelva a ser grande grandioso?: Más inmigración.

Por Eduardo Porter
The New York Times
10 de Febrero de 2017

Es posible que el presidente Trump no lo esté pensando pero su promesa de restringir la inmigración (bloqueando la entrada de ciudadanos de algunos países predominantemente musulmanes, limitando las visas de trabajo y expulsando a millones de personas indocumentadas), no se ajusta muy bien con su lema de “Hagamos a Estados Unidos grandioso de nuevo”.

En la escala que lo propone, su plan encogería a la economía de Estados Unidos y empobrecería al mundo. Si lo que busca es grandeza, una manera directa de expandir la economía (ni qué decir de promover el crecimiento global) sería dejar que entren muchos más migrantes.

Analicemos el informe sobre inmigración publicado el año pasado por las Academias Nacionales de Ciencias, Ingeniería y Medicina de Estados Unidos. Esa investigación concluyó que la inmigración hacia Estados Unidos entre 1990 y 2010, tanto legal como ilegal, produjo ganancias netas con un valor de 50.000 millones de dólares para la población nativa.

Esto podrá parecer poco dentro de una economía de 18 billones de dólares, pero es significativo. Sin embargo, representa más de lo que se nota. Es más de lo que el gobierno calculó que se habría ganado con el Acuerdo Transpacífico, el gran pacto comercial con otros once países que el gobierno de Obama negoció durante ocho años, pero Trump abandonó.

La cifra no toma en cuenta muchos beneficios que trae la inmigración. Por ejemplo, los inmigrantes son más jóvenes por lo que desaceleran el envejecimiento de la fuerza laboral. También pueden abrir oportunidades de empleo para los nativos. Por ejemplo, muchas estadounidenses pueden trabajar porque las mujeres inmigrantes cuidan a sus hijos.

Los inmigrantes calificados también contribuyen mucho con la innovación: sacan patentes en una tasa superior a la de los nativos.

La omisión más importante es esta: los 50.000 millones de dólares no incluyen las ingresos de los inmigrantes. Los 26 millones de extranjeros que trabajan en Estados Unidos contribuyeron el año pasado con dos billones de dólares a la economía del país, según el informe de las Academias Nacionales.

Trump no ha mostrado mucho interés por el bienestar de los extranjeros que viven en su país. Pero, incluso en el sentido más estrecho y provinciano, sus ingresos contribuyen a la grandeza del país. Trump quizá debería reflexionar sobre cómo se vería esa rivalidad con China si la economía estadounidense fuera dos billones de dólares más pequeña.

Este es un desafío, no solo para Trump sino para toda la cosecha de líderes xenofóbicos que están surgiendo en todo el mundo industrializado: pocas cosas harían que la economía creciera tanto como lo hacen los flujos de gente de los países pobres a los ricos. Ni la liberalización comercial ni la eliminación de barreras a los flujos de capital ofrecen una mejor oportunidad para estimular el crecimiento económico y reducir la pobreza.

Ni siquiera es para sorprenderse. Una investigación de Michael A. Clemens, del Centro para el Desarrollo Global, Lant Pritchett de la Facultad de Gobierno Kennedy en Harvard y Claudio E. Montenegro del Banco Mundial concluyó que un hombre de 35 años nacido y educado en Perú, con nueve años de escuela y que trabajaba en la economía formal de una ciudad peruana, gana un promedio de 452 dólares al mes. En dólares ajustados para igualar el poder adquisitivo. Un peruano con las mismas características que trabaja en Estados Unidos, en contraste, gana 1714 dólares al mes.

Un típico trabajador pakistaní podría ganar seis veces más si se mudara de Karachi a Los Ángeles. Un yemení que cocina murtabaks en las calles de Saná ganaría 15,5 veces más simplemente mudándose a Nueva York para freír hamburguesas en McDonald’s.

Estas grandes brechas en salarios subrayan la importancia de la geografía: la infraestructura física y social de Estados Unidos eleva de manera automática la productividad de los trabajadores de los países más atrasados. Sin embargo, la diferencia de ingresos también enfatiza lo grandes que son las barreras contra la inmigración.

Si la gente pudiera cruzar libremente las fronteras, los salarios de trabajadores que se dedican a la misma actividad tenderían a converger. La brecha salarial es una de las barreras que lo impiden: una hora de trabajo de un pakistaní en Nueva York cuesta 6,5 veces lo que una hora del mismo pakistaní cuesta en Karachi. En contraste, el producto de una hora del trabajo de ese pakistaní en casa podría entrar a Estados Unidos pagando un arancel promedio de solo 3,5 por ciento.

Si las barreras contra la inmigración son mayores que las barreras al comercio, eliminar esos obstáculos y permitir que los trabajadores emigren adonde son más productivos le daría un ímpetu mucho mayor a la economía que cualquier esfuerzo de liberalización comercial.

“Si los acuerdos comerciales se trataran estrictamente de impulsar la eficiencia y el crecimiento económico”, argumenta Dani Rodrik de la Kennedy School, “los negociadores comerciales dejarían todos los demás aspectos de su agenda y pasarían todo el tiempo tratando de lograr un acuerdo para que los trabajadores de los países pobres pudieran participar en los mercados laborales de los países ricos”.

Algunos economistas han calculado que permitir el movimiento libre de los trabajadores a través de las fronteras podría más que duplicar el tamaño de la economía mundial. Como dijo Clemens, del Centro para el Desarrollo Global, mantener barreras estrictas contra la inmigración equivale a tirar “billetes de billones de dólares en la calle”.

Es claro que la inmigración genera costos. Reduce los salarios de los trabajadores que compiten directamente con los recién llegados. Sin embargo, son pequeños comparados con el gran potencial de las ganancias. Incluso algunos de los analistas más pesimistas concluyen que los costos son relativamente modestos, son muy pequeños comparados con las enormes ganancias potenciales.

George Borjas, economista de Harvard y un crítico de la inmigración, calculó que la ola masiva de inmigración a Estados Unidos entre 1990 y 2010 redujo los salarios de los trabajadores sin preparatoria en un 3,1 por ciento, o cerca de 900 dólares anuales.

Otros economistas consideran que esta cifra es muy alta, pues se basa en presuposiciones que no son plausibles. Pero, incluso si fuera correcta, no parece gran cosa. Hay herramientas más eficaces que las restricciones a la inmigración para ayudar a los 10 millones de trabajadores que no tienen preparatoria. Por ejemplo, se podría aumentar el crédito fiscal a los trabajadores de pocos ingresos.

Esto no quiere decir que las fronteras de Estados Unidos deban abrirse a cualquiera que llegue. Sean cuales sean los beneficios económicos, la inmigración es un tema delicado en todas partes. Una encuesta del Centro de Investigaciones Pew realizada en 2010 encontró que tres de cada cuatro estadounidenses estaban a favor de restricciones más estrictas a la inmigración. Un 66 por ciento de los alemanes, el 77 por ciento de los venezolanos y el 89 por ciento de los sudafricanos dijeron lo mismo.

Quién sabe lo que ocurriría con la productividad y los salarios, con la política y la cohesión social, si la inmigración se elevara a una escala sin precedentes. Un tercio de los adultos de África, al sur del Sahara, dicen que les gustaría migrar de manera permanente, según una encuesta mundial de Gallup de 2010. Un quinto de los latinoamericanos dicen lo mismo, al igual que uno de cada diez asiáticos. Cerca de un cuarto de estos migrantes potenciales (145 millones de adultos) quisieran vivir en Estados Unidos.

Pero aunque sea poco realista proponer la apertura total de fronteras, una liberalización más moderada es viable. Como argumenta Clemens, si solo al 5 por ciento de la población de los países pobres se le permitiera migrar a los países ricos, las ganancias globales excederían lo que se ganaría eliminando totalmente las barreras al comercio y a los flujos de capital.

¿Qué tal un programa expandido para trabajadores temporales? Estados Unidos podría otorgar visas de trabajo de cinco años sin opción a la renovación o a la ciudadanía, y podría diseñar incentivos y castigos para asegurar que los trabajadores regresaran a sus países. Esto crearía oportunidades para que un mayor número de personas pudieran beneficiarse del programa. Y también ayudaría a los países de origen de los inmigrantes que podrían aprovechar el capital y el conocimiento que adquirieron en Estados Unidos. Considerando cuán débiles son los prospectos para el crecimiento mundial, a la economía le caería bien esta ayuda.

Un giro de 180 grados como este podría ser políticamente costoso, y vergonzoso para un presidente que ha prometido darle la espalda al mundo. Sin embargo, a diferencia de muchas de las ideas de Trump, esta sí contribuiría a la grandeza de Estados Unidos.