MUNDIALEsperanza
“Lo que realmente nos separa de los
animales es nuestra capacidad de
esperanza” José Saramago
Por Roberto Torres Collazo
Editor del colectivo Cambio Social, EE.UU.
Estamos en tiempos difíciles para la esperanza. En los gobiernos progresistas de Brasil, Uruguay, Paraguay, Ecuador, Argentina, El Salvador suben gobiernos ultraderechistas y fascistas. En Francia, Italia, Alemania, Austria, Polonia, Bélgica, Países Bajos y EE.UU, entre otros, el fascismo y la ultraderecha también ganan terreno con todo lo que esto implica: más racismo, machismo, xenofobia y pobreza.
Esas realidades han dado a que no pocos luchadores y cristianos activistas de cambios sociales y políticos al cansancio, a la desesperación, a expresiones derrotistas tales como: “Solo no puedo cambiar el mundo” “Bastante tengo con mis problemas” “Nada cambia” “Solo Dios cambia esto” (como si nosotros no tuviéramos ninguna responsabilidad), puro pesimismo.
Para combatir ese pesimismo proponemos una lectura cristológica que puede renovar la esperanza. Jesús de Nazaret fue una persona de esperanza. No fue simplemente una buena persona o de la misma sustancia del Padre. Fue una persona luchadora, coherente, perseverante, pese a los constantes conflictos contra la clase dirigente judía. De esperanza en el establecimiento del Reino de Dios en la historia y no solamente en la “otra vida”.
Ese Reino de Dios no es el reino de la violencia, no es el reino de la religión, no es el reino de la política, no es el reino de la ciencia, no de Dios a solas, sino del Reino de Dios. Esta es su proyecto, pasión y su lucha, incluso hasta dar su vida. Nunca definió el Reino de Dios pero toda su vida es una clara predicación de ese Reino de Dios.
Al principio de su vida pública muchos le seguían por las sanaciones y milagros que hacía, pero a la hora de la verdad, lo dejaron solo y hasta sus mas íntimos seguidores lo abandonaron durante la condena, la tortura y la cruz. Lo tuvieron por loco, amigo de bebedores y comilones, subversivo. Muchas veces sus discípulos no lo entendieron y los líderes religiosos lo acosaron y criticaron. Quizás debió preguntarse: “¿Debo seguir o parar?”, “¿Merece la pena luchar?” tal vez por eso tuvo que pasar noches enteras en oración.
Pese a todo, decide seguir adelante y subir a Jerusalén, lo que representa enfrentarse directamente a las autoridades políticas y religiosas, a la tortura, a la cruz y hasta la traición. De acuerdo a Cicerón la cruz era para los que se rebelan contra el imperio romano. Es despojado de sus vestimentas, escupido, se ríen en su cara, torturado, el cansancio, la hambre y la sed lo agobian. Pese a todo, al final confía plenamente en su Padre Dios: “En tus manos encomiendo mi espíritu”.
Renunciar a la visión global de transformar el mundo, al compromiso histórico, acomodarse al sistema, preferir la comodidad individualista, no es compatible con el seguimiento del Profeta Jesús. Un profeta de esperanza en el futuro de la historia. El Maestro nos dice en un lenguaje figurado, siguiendo la tradición de los profetas, que todos los imperios caerán uno a uno, Marcos 13,24-32. Las sanaciones son signos del Reino de Dios, un Reino de justicia, libertad e igualdad en todos los ordenes.
Una mirada amplia puede ser el mejor antídoto contra la asfixia si vemos solamente una parte de la realidad. La lucha por cambiar el mundo es mas grande que nosotros y requiere cambios profundos. El sistema político y económico vigente mundial ha ganado un juego pero no el partido. No es el fin de la historia universal, la historia continua. La historia ha tenido subidas y bajadas, la vida es una lucha permanente porque no sólo hay que luchar por cambios políticos y económicos, sino también luchar simultáneamente por cambiar en nuestro foro interno.
Estos tiempos difíciles, de cansancio, desesperación, desánimos, frustración y pesimismo, debe ser una enorme oportunidad renovar la militancia y para descubrir un nuevo llamado a sembrar esperanza. A mostrar que no todo está perdido. Tarde o temprano, en el futuro de la historia el bien triunfará sobre el mal, donde no habrá mas muerte, dolores y sufrimientos, Apocalipsis 21,3-4. La última palabra no la tiene la injusticia ni la muerte, sino la vida.
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